jueves, 28 de abril de 2011

Torrijas y rosquillas en Fuentealbilla (2ª parte)

Otro nuevo día, otra nueva entrada (y hasta la semana que viene no habrá más) ¿Y por qué? Os preguntaréis. Porque, damas y caballeros, servidor se marcha a tierras sureñas, más concretamente al XII Salón del Manga de Jerez, que ya era hora de visitarlo. Así que mañana a primera hora del día, estaré en Atocha junto a mi amigo Paco, dispuestos a pasar un fin de semana de frikismo junto a personas tan importantes para mí como mi muy querida Pallas (María para los no iniciados), antigua amiga y componente fundamental de los Héroes de Camelot. Y, como abreboca, no es nada desdeñable el fiestorro que nos pensamos pegar, dado que la semana que viene seguirá la fiesta en un acontecimiento tan ansiado como inesperado...
Pero no revelaré más aquí, dado que prefiero anotarlo todo (al menos mentalmente) para subir una entrada del blog resumiendo a lo que me refiero. Baste decir que, cuando el mundo requiere héroes (aunque sea para salir de farra), el destino los convoca. De momento, quedaos con ésta nueva entrada de mis aventuras por tierras manchegas y descubrid al peor enemigo de un paladín, alguien capaz de agotarle hasta límites insospechados y, a pesar de todo, sonsacarle una sonrisa: un primo pequeño de tres años de edad. ¡Disfrutad!

De experiencias de niñero, parques infernales y loros brasileños

El día siguiente a mi llegada al pueblo, no hubo tiempo para dormir. A las ocho de la mañana ya estábamos de nuevo despiertos para ir a pasar el día a Albacete, donde residen mis tíos. Tras media hora de coche, llegamos al destino.

Albacete, para todos aquellos que no lo hayan visitado nunca, es una especie de ciudad rural. No llega a ser una ciudad con el movimiento de Madrid o Barcelona, pero tampoco posee la quietud de un pueblo. Siguiendo los preceptos de Aristóteles, y todo aquello de que “en el término medio está la virtud”, Albacete sería una urbe llena de virtuosismo.

Mientras mis tíos, mi prima, madre, hermano y la novia de éste se iban a un mercadillo conocido como “los Invasores” (invadir, invaden, todo sea dicho. Es una especie de Rastro a la provinciana, aunque según parece con el mismo número de “mangantes” por metro cuadrado), mi padre y yo nos fuimos al parque con el benjamín de la familia, mi primo Miguel. Con apenas tres años de edad, es un auténtico torbellino.

Tengo la teoría de que en mi familia, los hermanos mayores solemos ser los tranquilos y sosegados, mientras que los pequeños suelen ser más movidos y traviesos. De momento, mi teoría ha obtenido un 100% de éxito en las tres parejas de primos que somos.

El crío parecía encontrar divertido soltarse de la mano cada dos por tres, haciendo como que cruzaba las calles él sólo a toda carrera. Vale que en Albacete un Martes por la mañana no hay precisamente el tráfico que podría haber en la Gran Vía; vale que el enano sólo intentaba bacilarme, haciendo como que cruzaba para quedarse quieto al inicio de todo paso de peatones; vale que ya iban tres veces que lo hacía pero… volvía a conseguir hacerme correr tras él preocupado, encontrándome con su picaresca risa infantil.

- “Paquico é tonto”- me soltó a la sexta vez que lo hacía, justo cuando llegábamos al parque. Como veis, hasta un niño de tres años consigue tomarme el pelo cuando quiere. Pero era el hecho de intentar pronunciar mi nombre en su vocabulario infantil y darme ésa manita chiquitaja para cruzar la calle, y cualquier acaloramiento que me hubiera hecho pasar se desvanecía por completo. Uno también tiene su corazoncito de paladín, a fin de cuentas.

Finalmente, llegamos al parque conocido como “la fiesta del árbol” (no hay mucha fiesta, pero sí árboles, que duda cabe. Curioso nombre, de todos modos) Un enorme complejo con fuentes, paseos, rosaledas, en cuyo centro se alza una pequeña capea y unas máquinas de ejercicio para adultos, así como los típicos toboganes y columpios de toda la vida. Mi padre, que no está muy fino de la rodilla, se sentó n un banco a escuchar música y pasarse el sexto mundo del New Super Mario Bros, de DS. Así que en mí recaía la responsabilidad de vigilar al renacuajo. Bueno, pensé, ya me he encargado de vigilar a cuatro antes que a ti, no puedes ser tan duro como aparentas. Me equivocaba.

Al principio la cosa fue bien. Tobogán, un método sencillo de ayudarle a subir por las escaleras y a bajar deslizándose. La cosa se complicó un poquito más cuando insistía en bajar de morros o de espaldas, e incluso cuando decidió que subir por la rampa y bajar por las escaleras sería más divertido. A pesar de todo, prueba superada.

Los columpios. Primero empezó sentándose, luego poniéndose en pie y ya cuando intentaba ponerse a la pata coja sobre el columpio, decidí que había llegado la hora de probar otra atracción menos contorsionística.

Ahí llego el momento en el que me di cuenta de que, en materia de parques infantiles, andaba desfasado. En mis tiempos sólo había toboganes, columpios, un caballito con muelle y una rueda. Ahora había otros instrumentos que me hicieron pensar en las salas de tortura de la Inquisición. Para empezar, el crío se dirigió cantando hacia un curioso artilugio con forma de huevo.

- “E adio e mi caza, é pasisulá. Uando huele e hoja, como lo demá. Apáchate, y vueldede apachá…”

Una canción que más parecía un conjuro mesopotámico que otra cosa. Al cabo de un rato me di cuenta de que se trataba de “el patio de mi casa”. Decididamente, deberían poner en asignaturas de libre configuración en la universidad “lenguaje infantil”. Contemplé el artilugio, como decía, con forma de huevo. Me recordó a los asientos que usan en la primera película de “Men in Black”, en el gag humorístico del examen escrito. Al parecer, su función era la misma, como juzgué mientras ayudaba a sentarse en el huevo a Miguel. Me quedé mirándolo, él me miraba, nos mirábamos. Al fondo, unos chavales hacían pases con capotes de torero mientras otro con unos cuernos postizos simulaba al animal, practicando. Mi primo sonreía encantado, esperando algo de mí que no sabía muy bien lo que era.

- Bueno ¿y ahora qué, canijo?- opté por preguntarle antes de parecer más idiota de lo que estaba siendo.

- “Vuedtá, Paquico”- contestó meneándose en aquél huevo de color negro.

¡Por supuesto! ¡Vueltas! ¿Cómo no iba a ser algo tan simple? Todo el mundo sabe que los huevos de color negro en un parque infantil son para que los críos den vueltas sobre ellos, faltaría más.

Haciendo girar el aparato sobre el eje al que se clavaba al suelo, mi primo comenzó a girar riendo, pidiendo que cada vez le diera más velocidad al asunto. Tras un buen rato en el que ríete tú de los aspirantes a astronauta y sus pruebas de centrifugación, detuve el cacharro y ayudé a bajar al niño. Podríamos decir que fue su primera “borrachera”, o al menos algunos de los efectos que se suelen experimentar. No fue dar dos pasos seguidos cuando cayó hacia delante sobre la arena, a cuatro patas, riendo como un loco. Es sorprendente lo mucho que nos gustan algunas sensaciones de pequeño y lo poco que nos hacen gracia cuando crecemos ¿a quien, si no, le gusta estar mareado hasta el punto de no poder andar recto?

Tras aquello, mi primo juzgó que los cacharros de niños se le quedaban pequeños y decidió intentarlo con algunos de los aparatos para gimnasia de mayores. Así que allí me encontraba yo, exprimiendo mis grandes dotes de imaginación para que el enano pudiera disfrutar de más tiempo de ocio sin hacerse daño. De tal modo que opté por subirlo a un cacharro simulador de esquí, poniéndolo de pie sobre uno de los lados mientras yo hacía girar los pedales para que se balanceara. Nos pusimos luego en un aparato para hacer girar las caderas, en el que él encontró más divertido sentarse mientras yo, con mi propio esfuerzo, le hacía girar de lado a lado.

Al cabo de casi otra media hora de ejercicios varios, acabé reventado junto a mi padre, mientras mi primo brincaba sobre mis rodillas.

- “Má, Paquico, má”- gritaba una y otra vez, con voz aguda y risillas excitadas.

- Papá. ¿No va siendo hora de que nos tomemos un aperitivo?- pregunté, suspirando.

Mientras nos bebíamos una coca-cola y degustábamos un plato de magra con tomate (que había que ver lo salvaje que era el niño, engullendo los trozos de carne como si no hubiera un mañana), reflexioné sobre lo acontecido llegando a dos conclusiones: lo cansado que era ser niñero y las salidas laborales de diseñador de parques infantiles.

Regresamos al piso de mis tíos, en cuyo viaje de vuelta el canijo aprovechó para seguir tomándome el pelo, ya con menos ahínco debido a que se había hinchado a base de bien en el bar. Como aún no habían vuelto los demás, compramos el pan y nos dispusimos a esperarlos.

- “Dibujo. Tero dibujo”- anunció Miguel con una amplia sonrisa, digna de Vitaldent.

Dibujos. Una temible palabra en boca de un niño. Todos sabemos (o deberíamos saber) que, cuando un crío pide dibujos, no hay razonamiento posible. Ya puede ser la hora de que se vaya a la cama, de que coma, de que eche la siesta, de que haya que huir de una horda de zombies hambrientos; da igual. Los dibujos son algo sagrado, el Mesías infantil. Nunca he sido contrario a los dibujos, y aún hoy en día me lo paso en grande viéndolos, pero he de decir que los canales infantiles son un petardo total. Sí, me refiero a todas ésas cadenas que seguro os sonaran, tales como “Clan TV” o “Playhouse Disney”.

En nuestros tiempos echaban buenas series. Series como “Gárgolas”, “Vicky el vikingo”, “Dragones y Mazmorras”, “Patoaventuras”, “Cops”, “Los halcones galácticos” y un largo sinfín que todos recordaréis. Hoy en día no. Hoy en día parece que a los directivos de la televisión les gusta idiotizar a los niños.

La primera elección fue “Pat el cartero”, una serie sin fuste alguno, hecha con una pésima animación que intenta emular a la buena animación de plastilina como “Wallace & Gromit” y compañía. Trataba sobre un ñoño cartero en un pueblo inglés que repartía amor y felicidad (y cartas, como no) entre sus alegres vecinos en compañía de un gato tiñoso. Bodrio a más no poder. Afortunadamente, a mi primo tampoco le parecía gustar, por lo que cambiamos de canal.

“Dora la exploradora”, segunda opción. Las aventuras de una niña sudamericana en compañía de un mono con ojos de Simpson llamado “Botas” (nombre original para un simio que habla y calza botas de punky). La niña viaja de acá para allá con una sonrisa perenne en la cara, viviendo aventuras tan apasionantes como ayudar a un zorro ladrón a descubrir el significado de la Navidad (sí, en pleno Abril). En fin, al menos era un poco más educativo que el primero, pero igual de coñazo.

Finalmente y justo a tiempo (puesto que comenzaba un capítulo de una serie sobre gatitos y perritos de colores chillones que cantaban felices por el campo, la cual no me daba muy buena espina), mi primo decidió ver una película de Disney. Y como casi todas las que tiene se las hemos regalado nosotros, sabía que sería una buena elección.

Así, durante la siguiente hora y media hasta la comida, nos pusimos a ver el Rey León. Tras la comida, me conecté un rato a Internet, momento en el que me puse a ver el primer capítulo de “Juego de Tronos”. Cinco minutos después, ahí tenía a mis primos queriendo jugar de nuevo conmigo. En fin, que puedo decir, ser el primo mayor a veces tiene sus desventajas. De tal modo que sacrifiqué la única opción que se me presentaba en toda la semana de ver tan brutal serie en favor de hacerle pasar a mis primos un rato agradable. e hacerle pasar a mis primos un rato agradable. Ya habría tiempo de los Stark y los Lannister después.

Por la tarde, nos fuimos al cine a ver la película de “Río”. Antes de entrar en la sala, mi madre le preguntó a mi primo si tenía que ir al baño, y parece que le ayudó a superar su indecisión el hecho de que yo si tuviera que ir.

- Ayúdale- me pidió mi madre dejándomelo en los lavabos masculinos.

¿Ayudarle? ¿A qué, exactamente? Acompañé al crío a un baño, y mirándole, le dije la única cosa con sentido que se me ocurrió.

- ¿Necesitas ayuda?- ante todo, un niño es un adulto en miniatura. ¿Para qué complicarse la vida?

- No. “Yo pipi zolo”- informó el enano metiéndose en el baño y bajándose los pantalones. Gracias a los dioses, al final no había resultado tan difícil como había temido. Ya habrá tiempo en otra ocasión de enfrentarme a ése tipo de problemas, a más tardar cuando tenga un crío propio.

Tras el pequeño incidente del baño, entramos a ver la película de “Río”, momento en el que Miguel nos hizo callar a todos, chistándonos, cuando el filme nos arrancaba alguna carcajada de diversión. El canijo se lo tomaba en serio, siguiendo el argumento de la pareja de loros brasileños con auténtico interés. Tras aquello, regresamos a casa y nos despedimos de todos.

En el viaje de vuelta, a pesar de la corta duración, no pude evitar quedarme dormido. Es sorprendente lo mucho que llegan a agotar los críos pequeños. Aún así, dan las suficientes alegrías y satisfacciones como para hacer que, realmente, merezcan la pena y tarde o temprano la mayoría queramos tener algún canijo o canija propios. Y a las malas, si vemos que en algún momento nos superan, siempre podemos pedirle ayuda a “Dora la exploradora” o a Disney, que para eso están ¿no?


Y hasta aquí la entrada de hoy. Curiosa la manera que tienen los niños, tan sutil , de agotarnos la energía. Apenas te das cuenta y, cuando tienes la tan ansiada paz a tu alrededor, notas el desgaste de entretenerlos durante horas y horas. Son como súcubos pequeñitos, los jodíos. Bueno, pues lo dicho, espero que os haya resultado amena, como siempre, la lectura y nos vemos la semana que viene ¡Pasadlo bien!

domingo, 24 de abril de 2011

Torrijas y rosquillas en Fuentealbilla (1ª parte)

Buenas noches, queridos lectores. Más de una semana ha pasado desde mi última actualización del blog, y es que como muchos de vosotros sabréis, me he ido a pasar la Semana Santa a mi pueblo, Fuentealbilla. Situado en la provincia de Albacete, éste lugar ha pasado desapercibido hasta hace unos cuantos años, cuando el jugador de fútbol Andrés Iniesta proclamó a los cuatro vientos el nombre del lugar que le vio nacer. Gracias a esto, hoy en día hay gente que viene tan sólo para tratar de conocer al jugador que nos dio el gol de la victoria en la final del Mundial. A pesar de todo, cada vez que regreso a mi pueblo, compruebo cómo Fuentealbilla sigue siendo el lugar que recuerdo de tantos veranos transcurridos en él. Y para que Cervantes, dondequiera que esté, compruebe que las andanzas de caballeros manchegos no murieron con su Quijote, he aquí mis propias experiencias vividas en Semana Santa en éste lugar de buen vino, “atascaburras” y “pedos de monja”. Vamos allá.

De los motes, insignias de prestigio

Comenzó mi aventura el Lunes de madrugada, cuando a las siete y media de la mañana ya estaba en pie (o más bien arrastrándome con los ojos cerrados al cuarto de baño) para ponernos en ruta. Tras tres horas de viaje, llegamos a nuestro destino. Es sorprendente cómo algunos sitios no cambian casi nada a pesar del tiempo que lleves sin visitarlos. Así es mi pueblo, en el que por muchos años que pasen se me asemeja que sigue siendo el mismo lugar de mi niñez. Y es que con apenas unos días de nacimiento, ya estaba viajando en coche hacia aquí para pasar mi primer verano en compañía de mi familia. No es de extrañar, por tanto, que mis abuelos maternos no dejen de maravillarse una y otra vez por lo crecido que anda su nieto (como para no estarlo con un cuarto de siglo a mis espaldas, digo yo). El día fue bastante tranquilo, en el que cabe destacar un paseo de “reconocimiento” por el pueblo. Aquellos que visiten o vivan en un lugar así, me entenderán cuando digo que los pueblos y las ciudades son totalmente distintos. En Madrid andas por la calle, y a no ser que vayas con algo especialmente llamativo, la gente apenas si te presta atención. En los pueblos no. Ya puedes ir totalmente normal, que la gente se te quedará mirando.

Andando por mi pueblo, pude comprobar cómo la gente se me quedaba mirando según iba pasando frente a ellos. Los abuelos están ahí, sentados a las puertas de sus casas, inmersos en una apasionante conversación sobre el estado de las uvas, el bombo de la Antonia o la boda de Felipe, hasta que pasas por delante. En ése momento, cesa cualquier charla y te miran con los ojos entrecerrados (en la mayor parte, a causa de la miopía que conlleva la edad, lógicamente), acechándote, analizándote (a veces da la impresión de que pudieran oler tu miedo, lo juro), preguntándose quién eres. La mayoría no le da mayor importancia al asunto y, cuando sales de su campo de visión, siguen con sus vidas. Pero otros te alzan la voz y te interrogan antes de que sigas tu camino.

- ¿Y tú, zagal, de quién eres?

- Soy el nieto de Sebastián el “cebollas”. El guacho de la Paquita.

- ¿El mayor? ¡Qué hermoso que estás! ¿Qué tal están tus padres?

- Bien, señora. Allí andan.

Y sigues tu camino, dejando satisfecha a la buena mujer. Y es que los motes en los pueblos son señas de categoría. Ya puedes tener una mansión, o un montón de majuelos, que si no tienes un mote, no tienes relevancia alguna. Éstos suelen ser hereditarios, y así yo soy conocido como el “nieto del cebollas” o el “nieto del sacristán”, en lugar de poseer uno propio. ¿De dónde vienen los motes, os preguntaréis? Pues bien, paso a explicaros unos cuantos ejemplos cercanos, para que os hagáis una idea:

- Sebastián Jiménez “el cebollas”- Mi abuelo materno. Muchas veces me ha contado la historia a lo largo de mi vida. Viene, según parece, de un día en el que su abuelo y unos amigos se encontraban en el campo faenando y, llegada la hora de la comida, decidieron hacerla entre todos. Cada uno añadió lo que pudo al puchero, y de lo que puso así se le quedó el mote que iría legando de generación en generación. Como dato curioso diré que a mi abuelo, a pesar de su mote, no le gustan demasiado las cebollas.

- Manuela López “la del nene”- Mi abuela materna. Llamada así por mi tatarabuelo, “el abuelo nene”. Le decían así a raíz de que era el menor de todos los hermanos y la gente, de tanto llamarlo el nene, no sabían su verdadero nombre. Curioso que nos pase a algunos frikis así, que de tanto llamarnos “Shinjiel” o “Irvine”, no se sepa el nombre auténtico de las personas. Menos mal que el hecho de conocerme como Sir Francis no deja mucho lugar a dudas sobre mi nombre real.

- Francisco Albiar “el sacristán”- Mi abuelo paterno, que en paz descanse. Aparte del nombre, la nariz (grande y con el tabique ligeramente torcido a la izquierda, como mi padre y mi hermano) y el talento musical, recibí de él su mote. Le vino a raíz de que era el ayudante del párroco del pueblo, y le echaba una mano en la organización de la misa. Tocaba el órgano en misa y cantaba en el coro. Todo un artista el hombre, según parece un don juán con las mujeres cuando recorría los pueblos de la zona tocando el saxofón o el clarinete en las fiestas. Todo un modelo a seguir, sí señor.

- María Pérez, “Marieta la del estanco”- Mi abuela paterna, que en paz descanse. Conocida así, como supondréis, porque regentaba junto a mi abuelo el estanco del pueblo. Mi padre me cuenta cómo algunas noches, con el estanco cerrado mientras estaban cenando, la gente les llamaba por la ventana para que les vendieran tabaco para el día siguiente. Y luego me quejo yo por ésos clientes de última hora en mi tienda. Aún conservo algunas fotos en pañales, sentado en el mostrador del estanco, con un enorme bote de cristal lleno de lacasitos entre las piernas. Os podéis imaginar lo que me hinchaba a chocolate por aquél entonces.

Como veis, los motes en los pueblos son un estigma que te toca llevar de por vida mientras andes por las tierras de tus antepasados. Y, lamentablemente, no todos son muy agraciados, aunque sí bastante curiosos y con su buena historia detrás.

Cabe destacar también de mi primer día por aquí otro dato curioso que muchos de vosotros habréis compartido, y es la manía que tiene la gente, sobre todo mayor, de adjudicarte una novia. Da igual que lleves soltero varios años, que ellos te dirán frases como “¿Y la novia, donde te la has dejado?” o “¡Qué hermoso y que grande estás! ¿Para cuando le vas a dar nietos al cebollas?” (por Onour bendito, no tienes ni pareja y ya están pensando en que tengas hijos). Y es que las cosas en los pueblos son así, la gente tiene la mentalidad de otra época en la que a tu edad ya andaban casados y con un par de críos. A pesar de que los tiempos cambien, la gente mayor no suele hacerlo, y ven extraño que tú no andes tras sus mismos pasos. Siempre puedes contestar cosas como “¿La novia? Eso me gustaría a mi saber, señora”, aunque te arriesgas a que te quieran presentar a su nieta, que está bien hermosa (o retostonuda, a la elección de cada cual). Razón de más para, depende de los gustos de cada uno, seguir soltero o no.

Y hasta aquí la entrada de hoy, en la que espero que os haya resultado amena su lectura. Para acabar, una pequeña reseña con palabrejas de pueblo en éste escrito que no hayáis logrado entender. ¡¡Un saludo para todos y nos vemos en la siguiente entrada!!

Glosario de la Manchuela

Atascaburras- Plato típico de mi pueblo, consistente en puré de patata cocida, ajo, huevo y bacalao. Llamado así porque es tan espeso que “atasca” el gaznate hasta de los burros/as.





Pedos de monja- Dulce típico de por aquí, parecido a los buñuelos, hecho con agua, harina, huevo y polvos de gaseosa. Se mezcla todo y se echa en una sartén con aceite. La masa es tan espesa que quedan pelotas deformes, como si pudiéramos congelar un gas y contemplarlo de forma sólida. De ahí su nombre. Lo de que sean o no de monja, a elección de cada uno.


Guacho/a- Muchacho/a, joven.

Majuelo- Trozo de tierra con vides. Normalmente sembradas al hilo (en línea, cuadradas), al trebolillo (alternas) o emparradas (guiadas con alambres).

Faenando- Trabajando (o de faena) en el campo.

Hermosa, retostonuda- Calificativo para gente grande, con fuerza o sobrepeso. Curiosamente, como le pasara a Rubens, el tener un ligero sobrepeso en los pueblos es sinónimo de salud, de atractivo. No son pocas las veces en las que a mí mismo me han calificado así, y experimentas una mezcla de malestar y halago de lo más curiosa.

miércoles, 13 de abril de 2011

"¡Vaya semanita!" o "Las aventuras de un friki venido a menos"

Buenas tardes, gente. Ya comienza a hacer mejor tiempo cada vez, con todas las delicias que ésto trae: el sol, la brisa primaveral, el olor de la flora, la escasez de ropa en las féminas... en fin, toda una sinfonía de placeres dignos de cualquiera. Y menuda semanita que llevo, por Onour bendito. Apenas si he parado quieto en casa, de ahí la ausencia de entradas en el blog. Así que, como medio de disculpa y para que entendáis a qué me refiero, procedo a relataros las vivencias que me han atrapado en una vorágine durante éstos días.

Lunes

Todo comienza como una semana normal, pero con un toque distinto. Al fin y al cabo, es mi última semana de curro antes de mis vacaciones de Navidad (sí, ya sé que estamos en Abril, pero es lo que tiene irse el último de toda la plantilla a disfrutarlas). De repente se presenta mi jefe, Raúl, en la tienda, cosa curiosa dado que a él le tocaba hacer el turno de la tarde. La explicación era que su novia se había llevado sus llaves de casa y, al regresar él de dejar a los críos en el colegio, se encontró con que no podía entrar. Total, que allí que se va a echarnos una mano y a hacer horas extra (que llego a ser yo el que se encuentra en su misma tesitura, y me falta tiempo para ir a leer cómics a la Fnac, o a dar una vuelta, o acloparme en casa de algún colega o a echar de comer a las palomas en el Retiro. Vamos, todo con tal de no currar más horas de las que me tocan). Una buena mañana entre charlas sobre Geralt de Rivia, zombies, series y frikismo, hasta que llega la hora de comer y nos vamos los dos a ponernos chatos al McDonalds de Gran Vía.
Descubro con sumo placer que llevo una tarjeta de descuentos para empresas, de uso ilimitado hasta final de año, la cual nos proporciona viandas a precios muy competitivos.
Con la panza llena, dejo a mi jefe en la tienda y me voy a Sol, donde había quedado con un compañero de la tienda, Jose David, que se trasladó a otra sucursal. Allí que le espero contemplando pasar grupos de estudiantes extranjeros de vacaciones, y durante casi una hora me entretengo dando vueltas. Finalmente, opto por llamarle, y descubro con horror como mi móvil me la ha vuelto a jugar. A pesar de tener la batería y la cobertura llenas, en apariencia, el muy cabrón estaba como "apagado o fuera de cobertura" durante todo el tiempo. Tiempo que, todo hay que decirlo, mi colega me estaba llamando. Finalmente, tras una hora de esperarnos mutuamente en la misma plaza de Sol sin vernos, nos vamos a dar una vuelta. A ver a los amigos al Otaku Center, frikear un poquillo y echar un ojo en unos Cash Converter cercanos para ver algún chollo videojueguil.
Tras ésto, lo acompaño hasta Callao, donde él se pira a su curso de doblador (como Bender Rodríguez, según él xD) y yo me voy a casa. El dia más normal de la semana, dentro de lo que cabe, que termina como otro cualquiera.

Martes

Cumpleaños de uno de mis mejores amigos, Paco. Vuelvo a casa del curro y me quedo traspuesto en el sofá, cayendo en el sopor de la siesta. ¡Maldición! Me levanto a las seis y al final no puedo quedar con él, hecho que le mosquea bastante. Pese a mi reiterado ofrecimiento de ir a su casa o adonde le apetezca, prefiere no ver a nadie para no pagar su cabreo con algún alma inocente. Y es que, al igual que yo (como me hizo ver mi colega Pedro), ambos somos de buenos, tontos, y a veces preferimos aislarnos de la gente con tal de no hacerle daño. Comerse los propios problemas, queridos amigos, es un grandísimo error (a pesar de que el que escribe más de una vez lo ha hecho), porque lo único que hacen es enquistarse y volverse peores.
Consejo: si tenéis alguna dificultad, por pequeña que os parezca, compartidla con la familia y amigos (ya que para éso están a veces ¿no?). Recibiréis otro punto de vista que os ayudará a solventarlo sin dejar que la bola se haga más grande. Mejor éso, creedme, que explotar al cabo de un tiempo. Total, paso la tarde algo rallado en casa, esperando poder quedar con Paco al día siguiente.

Miércoles

Quedo con Paco para comer en su casa. Hablamos la situación y, como siempre, lo arreglamos (es lo que tiene la amistad, que las cosas siempre acaban bien, snif... que me emociono... ^^). Le hago entrega de un par de juegos como regalo de cumpleaños (videojuegos, que elección más insospechada viniendo de mí ¿verdad? xD) y, tras comer viendo un capitulillo de One Piece en Boing, nos ponemos a ver Percy Jackson y el ladrón del rayo. Hay que decir que la peli la ví a tirones, ya que entre lo cómodo que es su sofá y que había madrugado más de lo recomendable, me quedaba dormido a ratos. Nos vamos a dar una vuelta, y acabamos en la calle Atocha, en la tienda Cex de juegos, pelis y demás cosas electrónicas de segunda mano. Allí nos encuentran un grupo de colegas frikis y, haciendo piña, nos vamos hacia Plaza de España tranquilamente. Reconozco que aquellos momentos me emocionaron, dado que me retraje a cierta época de mi vida en la que todos los Viernes y Sábados quedábamos para frikear juntos. Muchos de los que leéis éstas líneas sabréis a lo que me refiero. Y así, sin comerlo ni beberlo, hicimos una mini-kedada que terminó en el McDonalds de plaza de cubos, donde a modo de humorista, me dispuse a hacer reír a base de bien a mis acompañantes, con anécdotas del curro u ocurrencias de mi mente enferma y con demasiado tiempo libre. Tras ésto, nos despedimos y cada mochuelo a su olivo, que había sido un día largo.
Qué tiempos aquellos en los que la vida era algo más fácil, cuando llegaba el fin de semana y te reunías con un grupo bastante grande de frikis para ir a Atlántica y a pasar la tarde en el césped de Plaza de España. Toda una serie de buenos recuerdos asaltaron mi mente de camino a casa, en el metro, deseando una parte de mí que aquellos día regresaran. Crecer, como todo, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas.

Jueves

El día más inverosímil de todos. Quedo por la tarde con Becky, una amiga muy simpática y muy chiflada que conocí en navidades como clienta de la tienda. Al encontrarla en la plaza de Benavente, la hallo en compañía de un maromo que intentaba ligar con ella. Lástima haber llegado dos minutos tarde como para echarle una mano, pero es lo que tiene joderse un pie. Sí, habíes leído bien éste cambio tan drástico en la narración. Resulta que al meterme en la ducha dos horas antes de quedar con ella, me dí una buena hostieja en los dedos pequeños del pie derecho al entrar en la bañera, golpe que me costó una buena dosis de dolor y de cojera por lo que quedaba del día de ayer y el de hoy.
Damos una vuelta a mi ritmo de "incapacitado" y decidimos merendar. Le propongo tomar una copa de zumo en el Vitaminas, encontrándolo cerrado. Subimos por Gran Vía hasta el otro Vitaminas y ¿adivináis qué? ¡Que también estaba cerrado! ¿¡Cómo puede cerrar un sitio tan genial y sano, joder!? Total, que hartos de subir y bajar sin sentido, acabamos en el Vips cenando, ya las horas que eran (que bueno está todo, por cierto, pero qué caro). La acompaño hasta Callao dado que ya se le hacía tarde para volver a casa, y en el cine Capitol nos encontramos una multitud de gente a las puertas. Pensando que sería algún estreno, no le damos mayor importancia y seguimos, momento en el que me encuentro con una amiga, Ánima, que me explica la movida. Se trataba de "Córtate", el primero de una serie de festivales de cortos mensuales. Curiosamente, su hermano había dirigido uno de los cinco cortos que se proyectaban ésa noche, y por éso estaba allí. Acompaño a Becky a Callao y, tomando una decisión de última hora, regreso junto a Ánima y me pillo una entrada por sólo dos euros. Entro junto a ella y unas amigas al lugar, y tras dar una vuelta viendo todo completo, nos sentamos en la zona VIP, en las butacas reservadas para los actores y los realizadores de los cortos. Y allí me tenéis, en compañía de personas como Álex de la Iglesia, Jose Luís Gil (Juan Cuesta en Aquí no hay quien viva), Javier Gutierrez (Sátur, el ayudante de Águila Roja) o Macarena Gómez (Lola en La que se avecina), entre otros. De todos los cortos, todo hay que decirlo, los mejores eran en los que salía Jose Luís Gil y el del hermano de mi amiga, que tenían su puntito de humor negro (y se entendían, que coño, que hay veces que un corto te deja la cabeza más loca de lo que ya la tenías).
Tras la proyección, nos invitan a una copa en la sala Larios, donde nos tomamos una cerveza rápida. Aquello comenzabó a degenerar con cincuentonas bailando rollo BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones) y, despidiéndome de mis acompañantes, me marcho a casa con un dolor ya insoportable de pie, pero contentísimo de la experiencia.

Como véis, amigos/as, una semana bastante movidita con todo tipo de eventos. No me puedo quejar, para nada que no. Y es que, a pesar de que parezca que tenemos toda la semana definida, no podemos asegurar donde vamos a acabar el día. La conclusión que os quiero hacer llegar es que la vida es imprevisible, y que está sujeta a todo tipo de cambios de última hora. No hay un guión, no hay un patrón que podamos seguir para acabar donde teníamos planeado. Cualquier detalle, cualquier paso que demos, por mínimo que sea, nos puede llevar a consecuencias harto interesantes. Algunas para peor, otras para mejor, pero unas vivencias que haremos nuestras, únicas, por el simple hecho de que las vivimos bajo el prisma de nuestra visión. Así que, ya sabéis camaradas: atesorad cada minuto de vuestra existencia y procurad sacar siempre de toda situación lo mejor. Ello os llevará a vivir aventuras irrepetibles.

Y sin más reflexión ni palabras por hoy, se despide el mismo que viste y calza, deseándoos que vuestra semana haya sido tan amena como la mía (y éso que todavía queda el finde, jajaja)
¡Hasta la próxima!

lunes, 11 de abril de 2011

Un sacrificio inmerecido, un corazón solitario

Buenas noches a todos, queridos lectores. Hoy, dado que he llegado bastante cansado del curro, echaré mano de una vieja creación que he desempolvado y acicalado para vosotros. Tras un par de pequeñas correcciones, juzgo que está lista para vuestro escrutinio. Se trata de la historia de uno de mis más entrañables personajes, extraído como homenaje a ésa gran película que es para mí "la Espada Mágica", de Warner. Asi que relajáos y disfrutad de un ratillo de lectura, descubriendo el pasado de Garret, un joven que tiene una historia que contaros...

Un sacrificio inmerecido, un corazón solitario

"Aún recuerdo como empezó todo, cómo los tristes retazos de mi pasado intentan ligarse unos a otros, para conformar un tapiz coherente de momentos vividos y sentimientos malogrados. Una tierna excusa, el decir que mi deficiencia física fue causada por un accidente, nada mas lejos de la verdad, puesto que si hoy estoy privado de muchos dones, inalcanzables para mí, fue por un sacrificio que hice por amor...

Yo era un muchacho imberbe cuando llegué por primera vez al reino de Camelot. Mi zurrón cargaba con mis ilusiones de comenzar una nueva vida lejos de la pobreza que había experimentado en mi aldea natal, Horodrum. Cuando mi madre, que en paz descanse, murió de una extraña afección pulmonar, me hizo jurar que saldría de allí. Según ella, yo no estaba hecho para desposarme con la hija de un molinero o pescador y vivir como tal en la villa (pues a nada más podría aspirar debido a mi humilde posición de granjero), sino que el mundo me deparaba grandes cosas si tenía el valor de dar el primer paso en mi viaje. La tierra sobre la tumba de mi madre aún no estaba seca cuando, conteniendo las lágrimas por su pérdida, metí mis escasas pertenencias y el dinero que había conseguido reunir por la venta de mi pequeña granja, y partí rumbo a la aventura.

Allí me encontraba tras mi largo periplo, en Camelot, según algunos el reino más legendario que jamás ha existido. El olor de la mañana traía aventuras que ningún otro lugar me podría deparar, y vaya si no estaba equivocado. Nada más llegar e instalarme en una cómoda posada, de camas casi libres de pulgas, me dispuse a dar una vuelta por el reino, cuando la vi pasar. Si los cuentos de hadas hubieran sido reales, tenía ante mí a una de las tan afamadas princesas por las que un caballero lucharía contra un dragón.

Era una joven de mediana estatura y grácil figura, de cabellos negros como ala de cuervo y ojos azules como el cielo en verano. Su piel, del color de la canela, destilaba olor a lilas y madreselva, y su rico vestido de encaje azul indicaba que no era una chica de baja posición social. Todo esto deduje por su forma de caminar, hablar y sonreír con sus conocidos, lo cual me corroboraron los dos sirvientes que diligentemente la seguían cargando con sus compras.

Si no era, en efecto, una princesa, poco le faltaba para llegar a tal posición.

En cualquier caso, no era una dama que se fijaría en un pobre extranjero de ropas humildes y llenas de remiendos, conservando aún el polvo del camino. Pero cual no sería mi sorpresa cuando, tras comprar en un puesto de fruta, aquella dulce ensoñación se giró y, mirándome un segundo entre la multitud, me mostró sus perlados dientes en una preciosa sonrisa. Sentí cómo mi corazón latía desaforadamente, queriéndose quizás salir del pecho, al ver cómo se acercaba hacia mí, extendía su mano y me daba una moneda de cobre, en actitud benevolente.

Sin cruzar una palabra conmigo, se dio la vuelta dejando su delicado aroma en el aire, y continuó su camino.

Con entereza, me quedé mirando la moneda en la palma de mi mano, desilusionado por los sueños que mi mente había comenzado a forjar al verla sonreírme, cuando lo único que habría pensado es que yo era un pobre mendigo paleto queriendo una limosna. Finalmente, levanté la cabeza a tiempo de verla introducirse en un carruaje y dirigirse por la calle principal hacia el castillo de Camelot: evidentemente, una dama de alta alcurnia, lejos de cualquiera de mis posibilidades.

Con ésta triste idea en la cabeza, y tras guardar la moneda que ella me había obsequiado como si de un tesoro se tratase, fui a buscar algún lugar donde comer.

Lentamente cayó la noche, y la luna me halló paseando por las calles semidesiertas, con mis pensamientos centrados en mi princesa, como la había optado por llamar a fuerza de carecer de un nombre mejor. Sabía que era una vana ilusión, un deseo que jamás se satisfaría, pero no podía evitar haber probado la miel de la ilusión y el enamoramiento, y tener ganas de paladear más de aquélla dulce ambrosía.

De repente, capté unos gritos femeninos y un forcejeo en un callejón cercano, y sin pensármelo dos veces me dirigí hacia allí para ver lo que ocurría. Frente a mí, un par de rudos tipos aferraban a una joven embozada en una capa.

- Ven aquí, preciosa, no te resistas y no te haremos más daño del necesario- dijo uno de ellos aferrándola por las muñecas mientras la estampaba contra el lateral del callejón, inmovilizándola. La capucha se deslizó hacia atrás con el golpe, revelando ante mí lo que no creía posible: era mi princesa, y estaba en apuros.

El otro hombre, riendo toscamente, se acercó a ella y lamió obscenamente, con una repelente lascivia, su cuello descubierto.

- Dejadme, por favor- pedía ella con sus azules ojos inundados de lágrimas por la impotencia de no poder deshacerse de ellos.

Yo jamás me he considerado una persona valiente o amante de las peleas. Mi cuerpo se había forjado en las faenas del campo, no en el campo de batalla. Pero al ver aquél grotesco espectáculo, y las lágrimas que caían por las mejillas de la joven, sentí cómo dentro de mí bullía algo que jamás había experimentado: la furia.

Aferré mi cachaba de madera, que tanto apoyo me había prestado en mi viaje, y blandiéndola por encima de la cabeza, me lancé a defender a mi damisela en apuros. Los dos tipos, lejos de dejarse intimidar por un chiquillo como yo, rieron, apartándose uno de ellos de la joven para recibirme, mientras el otro la seguía sujetando y besando su cuello, divertido. Lancé el extremo de la cachaba hacia la cabeza de mi contrincante, pero éste la aferró en el último momento y detuvo mi acometida, pegando un fuerte tirón para intentar arrancarme el arma de las manos. En aquél momento agradecí los años de duro trabajo labrando, los cuales habían otorgado una buena resistencia y fuerza a mis brazos, así que aguanté el tirón con firmeza, derrapando suavemente sobre la grava del suelo.

- ¡Soltadla, bastardos hijos de troll!- exclamé, creyente de que en la pelea el emitir gritos e insultos así lograban intimidar al contrario, como muchas veces había escuchado narrar en los cantares de gesta.

- Mira a éste hideputa, Peter. Cago en la puta- sonrió el individuo, aferrando el otro extremo de mi improvisada arma- "Paice" que al gatico le han salío los dientes antes de tiempo. Habrá que reventárselos de un sopapo.

- ¡Duro con el, Gaunt!- animó su compañero robándole un tosco beso a mi princesa, mancillando con su sucia boca algo tan puro como eran sus labios.

El ver aquello me enardeció aún más, sobre todo cuando aquél canalla desgarró con sus manos el atuendo de mi dama, desnudándola de cintura para arriba. La joven gritó de miedo intentando en vano cubrirse con los brazos, pero el hombre la golpeó con el dorso de la mano tirándola al suelo para echarse sobre ella, aullando victorioso mientras forcejeaba con el cierre de su pantalón.

- ¡Mal… malditos!- exclamé tirando hacia atrás de mi cachaba, intentando liberarla del agarre de aquél bandido, el cual rió de nuevo aguantando mi fuerza. Sin otra baza a la que recurrir, me lancé de cabeza contra él, golpeándole en el estómago con el cráneo, notando como le vaciaba los pulmones de aire y soltaba mi cayado al fin.

Sin perder un segundo, volteé el palo y golpeé en la nuca del hombre, derribándolo al suelo para correr junto a mi princesa y asestar una patada en las costillas del otro canalla, quitándoselo de encima.

- ¡Rápido, huye, vete de aquí y busca a un guardia! ¡Aprisa!- le dije enfrentándome a los dos hombres, que se levantaban de nuevo aún más furiosos.

La chica se levantó temblando de miedo y salió corriendo de allí, dejándome sólo para detener a aquellos dos violadores.

- Ahora si que la has hecho buena, puto criajo- dijo Gaunt, levantando un hacha que pendía de su cinturón.

Alcé mi cachaba para protegerme y el bandido la cortó en dos con suma facilidad, lanzándome hacia atrás del impulso. Los dos hombres se abalanzaron sobre mí y me propinaron toda una suerte de golpes que a duras penas logré contener, notando como me rompían varias costillas y hacían sangrar mis labios y nariz. Entre toscas risas, uno de ellos me sujetó contra el suelo mientras el otro extraía una botellita de su cinturón.

- Maldito mocoso cabrón. Por tu culpa nos hemos perdido una buena putita a la que jodernos- dijo abriendo la botella, mientras su compañero me sujetaba la cara contra el suelo y me obligaba a abrir los ojos con sus sucios dedos- Míranos bien, hideputa, que va a ser lo último que veas. Esto es veneno de sapo moteado, veamos que tal funciona sobre tus ojos.

Comencé a patalear, gritando, mientras intentaba liberarme de su presa en vano. El hombre me miró riendo y vertió media botellita en cada uno de mis ojos. El dolor que experimenté fue indescriptible, notaba como me ardían los ojos y una película sanguinolenta me los cubría, cegándome segundo a segundo en una gran agonía. Finalmente, mareado por el inmenso dolor, perdí el conocimiento con las crueles carcajadas de aquellos dos hombres en mi mente.

Cuando desperté, mi mundo se había apagado. Por más que parpadeé, no veía absolutamente nada, tan sólo oscuridad. Según me informó alguien, me encontraba en una de las casas de curación de Camelot, adónde me había llevado el guardia que me encontró. Mis heridas eran graves, pero sanaban correctamente. Lamentablemente, mi ceguera era incurable.

- ¿Qué ha sido de ella? La dama a la que estaban atacando- pregunté a mi interlocutor.

- Está bien. Pocos han demostrado tanto valor como tú- informó el hombre- Dejó recado de que quería verte, ¿quieres que la haga entrar, muchacho?

- Cla… claro…- tartamudeé dividido entre el dolor de haber perdido la visión y la alegría de que ella estuviera aguardando para visitarme.

Oí cómo aquél hombre salía, y al cabo de un rato entraba alguien a quién reconocí por su aroma a lilas y madreselva.

- ¿Qué tal estás?- preguntó ella, acercándose- Quería darte las gracias por salvarme.

- Bien, yo… estoy bien, prin… quiero decir, mi señora. ¿Y vos?

- Bien, bien… lo único que no entiendo es porqué te has arriesgado así por mí, cuando ni siquiera nos conocemos.

Vaya, al parecer ella no se acordaba de la limosna que me había dado. Por primera vez en mi vida, tomé aire y me infundí ánimos para confesarle lo que sentía desde que la había contemplado por primera vez.

- Desde que os vi, sentí que mi corazón latía mas deprisa de lo normal, y no he dejado de pensar en vos. No podía permitir que os hicieran aquellas cosas tan horribles, milady. Veréis, lo cierto es que esto me cuesta mucho de admitir pero… estoy enamorado de vos…

Cuando, con el tiempo transcurrido, pienso en la magnitud de aquellas palabras, me doy cuenta de que por aquél entonces seguía siendo un muchacho ignorante que no sabía de los sentimientos que acababa de confesar tan a la ligera. La emoción de la juventud, la impulsividad, había dado unas alas demasiado rápidas a mis palabras.

Aguardé unos instantes, sabedor de que mi rostro habría adquirido el color de la grana, hasta que finalmente vino la respuesta de ella. Una respuesta que para nada esperaba oír: comenzó a reírse. Pero no una risa dulce, como la que imaginaba tendría alguien como ella, sino una risa despectiva, incrédula, como si le hubiera contado algún chiste o historia divertida y se burlara de ella.

- ¿Tu… me amas a mí? Que divertido ¿cómo has pensado siquiera en que alguien de alta alcurnia como yo podría fijarse jamás en un pobre campesino como tú? Es lo más divertido que he escuchado en días- dijo riéndose aún más fuerte.

- Pe… pero yo pensé que…- tartamudeé, notando como mi corazón se quebraba en pedazos y las lágrimas se deslizaban silenciosas por mis mejillas, desde mis ojos ciegos. Ciego por defender a alguien que no era en absoluto como yo había creído.

- Y encima sólo eres un criajo llorón, no me hagas reír más, por favor. Me pueden salir arrugas que arruinarían mi belleza- dijo riendo sin parar, con crueldad, mientras depositaba unas cuantas monedas sobre una mesita- Esto es para agradecerte tu ayuda, pero no esperes más de mí. Como futura duquesa, me corresponde el derecho a tener un esposo de alta alcurnia, y no un pobre campesino como tú. Hasta luego, te deseo lo mejor en tu recuperación.

Alborotándome el pelo, como si fuera un niño, se levantó y salió de allí entre risas. No podía creer lo que había pasado. ¿Cómo una persona que parecía una princesa de cuento de hadas podía ser tan horrible? Y pensar que yo había sacrificado mi vista por alguien así. Las lágrimas me ardían en el rostro, de frustración y furia, de pena por notar cómo mis sueños de amor habían muerto con aquella risa cruel y altiva.

Después de aquello, tuve que aprender a vivir sin mi visión, y aquellos años me costaron mucho esfuerzo y vivencias que no pretendo relatar hoy. Quizás con el tiempo, lo acabe haciendo. Como la historia de cuando conocí a Ayden, mi halcón. O la amistad que trabé con cierto paladín de la orden de Onour. Lo único que me resta decir es que, con aquella primera experiencia en Camelot, aprendí demasiado bien cuál era mi lugar y que, lamentablemente, los cuentos de hadas no existen."

Garret Pathson, primer ayudante del Cronista de la Balanza


Y hasta aquí mi entrada de hoy, deseando que os haya resultado amena su lectura, como siempre. Mañana más y mejor, porque la experiencia es un grado, y el afán de superación es algo que todos llevamos en la sangre. Un saludo y que paséis una buena noche, gente ^^

domingo, 10 de abril de 2011

Release the Kraken!!

Las tres y media de la tarde y todo sereno, madre mía. Hacía ya varios meses que no me levantaba a éstas horas, y es que cuando se sale de marcha, hay que salir bien. La cosa comenzó como cualquier otro Sábado para mí, y poco podría imaginar que en unas horas estaría tomando una copa mientras bailaba el "Grease Lightning" en el Cimmeria.
Después de ocho horas de curro, sin parar ni dos minutos para descansar (parece mentira la cantidad de gente que puede tener una tienda céntrica en un Sábado), me dispuse a cerrar y a tomar partido por algún plan tranquilillo. La noche pasada apenas había dormido tres o cuatro horas, y entre éso y el dolor de cabeza que me aumentaba por momentos, no estaba yo muy fino para algún otro plan.
Pero hete aquí que el destino es caprichoso, y los colegas Antonio y Fer, del Otaku Center, se pasaron por la tienda para asegurarse de que salía de fiesta. Sí, lo sé (y lo sabrán todos aquellos/as que me conozcan un poco): a veces soy una auténtica seta hogareña. Soy el tipo de persona que disfruta más con un plan tranquilo, una peliculita, un vicio a la consola con los colegas y demás, que salir por ahi hasta las tantas de la noche. Pero dicen que la ocasión la pintan calva, y ya que llevaba meses sin salir ¿qué mejor momento para hacerlo que con unos amigos con los que, de seguro, me lo iba a pasar bien?
Después de una cena en el Oskar, consistente en un plato combinado (muy buen sitio, por cierto, a todos aquellos que paséis por la plaza de Santo Domingo os recomiendo ir), se nos une Román y, cual si fuéramos los 4 mosqueteros, comenzamos la noche tomando unas cañas en un bar cercano, en compañía de unas amigas. La cosa no pintaba bien para mi cabeza, ya que a pesar de haberme tomado un par de gelocatiles a media tarde, no me hacían demasiado efecto. Es lo que tiene una tarde movidita de cara al público, que por hache o por be, siempre acabas con más de lo que tu cerebro puede abarcar.
Decidido a que no me aguara la fiesta una cefalea, aguanté el tirón y me dediqué a escuchar las anécdotas de los colegas, hasta que por fin nos levantamos y nos vamos en dirección a Tribunal, a un local llamado Cimmeria donde había estado una sola vez hacía bastante tiempo. He de decir que el sitio estaba de puta madre: bien ventilado, buen desfile de féminas, mejor compañía y, sobre todo, buena música (un poco de rock, un twist, la OST de Grease, incluso la bamba..., vamos, que me sorprendí a mí mismo cuando conocía más del 90% de las canciones que ponían, y éso que nunca me he considerado una persona que sepa mucho de música más allá de Bach o Beethoven xD). En fin, comenzando por un mojito, que hacía tiempo que no probaba, y luego con copas que iba trayendo el tito Fer (lo que se dice confianza ciega en un colega, y tan ciego que acabó xD), a la tercera ya me empezó a subir la cosa, encontrándome en el estado en el que muchos de vosotros habréis hallado al bueno del paladín xD Ciertamente, el alcohol te deshinibe, y si ya de por sí soy una persona con poca vergüenza, con un par de tonillos para el cuerpo, aún más.
De tal modo que allí estábamos los cuatro, de bromas y cachondeo (entre las que hubo un buen rato para meterse con la camiseta de Robin que llevaba puesta Fer xD), cuando me dió por reír, bailar y demás. Vamos, lo menos llamativo que me pasa cuando me pongo contentillo (y suscribe una persona que a las 4 de la mañana se creía que Franco vivía en el piso de un colega y quería darle dos ostias al pobre vecino del bajo xD). Total, que salimos a la calle un rato y fue cuando conocí a una amiga que tenían en común éstos piticlis, cliente de su tienda de manga, una chica muy simpática llamada Raquel. Nos juntamos con ella y sus colegas, dado que estaban celebrando el cumpleaños de ésta, y seguimos ruta hacia otro garito llamado "la Ofrenda". Finalmente, terminamos en una plaza al lado, sentados y hablando a las casi cinco de la mañana, momento en el que te da el apalancamiento de después de haber bebido alguna copilla de más. Nos vamos para Gran Vía Fer y yo, junto a Raquel y dos colegas de ésta, dando paso al momento filosófico de la noche. Me explicaré.
Tengo comprobado que siempre que salgo de fiesta con Fer, llega un momento en el que si ambos hemos estado bebiendo un poco, nos toca el momento de las diatribas variadas a las tantas de la mañana. Al final nos acabamos partiendo la caja por todo y es cuando nos salen nuestras bromas más crueles y, curiosamente, más divertidas a ésas horas (y pensar que yo comencé como un chico fácilmente escandalizable cuando le conocí xD). En resumen, que tras un rato de descojone y charleta de la buena, Fer se pira para Cibeles a coger el último bus que le deje en casa, y yo acabo con la chica y sus colegas en Sol, esperando a que abran el metro. Raquel se va en taxi, otro de sus colegas coge un nocturno por allí y yo me despido del último miembro del grupo y echo a andar hacia la plaza de Isabel II.
Ahí es cuando me di cuenta, realmente, de lo molido que estaba. Había dormido, os recuerdo, cuatro horas máximo, llevaba más de ocho horas de curro ininterrumpido en el cuerpo (además de que había sido una tarde movidita) y otras casi ocho horas de fiesta y alcohol en las venas. De modo que me encuentro unos taxis en la calle Arenal, y sin pensármelo dos veces, me subo al primero para irme como todo un señor a casa. Llego a las seis y pico de la mañana, en el típico momento de madrugada en el que te cruzas con algún abuelo (¿adonde irán un domingo a ésas horas? si estuviéramos en un pueblo, pase, pero en Madrid...) y me tiro en la cama, reventado, durmiendo del tirón hasta hace apenas una hora.
Una noche digna de mención, en la que me lo he pasado de puta madre con unos grandes colegas y que tengo que repetir más a menudo. Porque si bien es cierto que me molan los planes tranquilos, he llegado a la conclusión de que sólo se vive una vez y hay que disfrutarlo de vez en cuando, sociabilizar y ése tipo de cosas que no consigues quedándote demasiado tiempo enclaustrado en casa. ¿Que llegaré reventado a la cama y me levantaré a mediodía? Pues sí, pero es lo que hay si sales de juerga. Y que me quiten lo bailao, sí señor.
Hasta aquí la entrada de hoy, que llevaba algunos días tan ocupado que ni tiempo de leer el correo he tenido. Se despide el que escribe, deseando que lo halláis pasado tan bien como yo este finde. ¡Un saludo para todos, gente!

martes, 5 de abril de 2011

El hombre del tren

Hace ya algún tiempo que comencé a interesarme por la cultura y sociedad japonesa. Mi sed de conocimiento venía, sobre todo, motivada por el regalo que unos colegas me hicieron por mi pasado cumpleaños: el libro titulado "un geek en Japón". En él podemos leer todo un recopilatorio de datos, curiosidades y anécdotas, a "grosso modo", sobre el país nipón. El autor trata muy diversos temas: relaciones sociales entre los japoneses, la familia, las aficiones, la cultura, la religión... en fin, un poquito de cada cosa que te va sumergiendo en ése pais tan distinto del nuestro. Hubo, de hecho, un dato que suscitó mi interés hasta tal punto que, una vez acabado el libro, busqué más información sobre él. Se trata de la historia del "hombre del tren", o más comúnmente conocida como Densha Otoko.
Al parecer, ésta historia tuvo tal impacto en Japón que revolucionó en cierta medida el mundillo del grupo conocido como los otakus, los fanáticos del manga, anime, videojuegos, etc... La historia cuenta cómo un otaku ( Yamada Tsuyoshi) ayuda a una chica (Aoyama Saori) que está siendo acosada por un borracho en el tren. A raíz de dicho enfrentamiento, la joven le manda un regalo de agradecimiento (algo muy común allí) y Yamada, animado por los usuarios de un foro para "solteros" de internet, se pone en contacto con ella, surgiendo poco a poco el amor entre dos personas tan dispares.
Me puse a buscar, como digo, más datos sobre el tema y hallé el dorama de dicha historia. Un dorama, para todos aquellos que lo desconozcan, es como una telenovela japonesa, por simplificar. Me descargué la serie y vi un par de capítulos, gustándome ya desde el primer momento. Pero no fue hasta la tarde/noche del Viernes cuando le dí un buen tute a la cosa.
Tras dar una vuelta por el centro de Madrid con mi amigo Paco, decidimos venirnos a mi casa a seguir viendo la serie, ya que a pesar de haberla visto ya, a él también le apetecía. Nos pusimos cómodos en el sofá y, capítulo tras capítulo, nos la ventilamos entera hasta casi las 3 de la mañana. La verdad, puedo decir que me ha encantado la dichosa serie, y por varios motivos la considero recomendable a todos aquellos que, como yo, deseen aprender un poco más de la cultura japonesa.
En la serie se tratan muchos temas, uno de los más importantes es el de los otakus. Parece que, a raíz de la serie, la sociedad japonesa se dió cuenta de que tras ésa fachada de fanáticos se hallan personas, ante todo. Me explicaré. Una palabra que usamos tan a la ligera aquí, en España, como es la palabra otaku, allí es (o era) poco más que un insulto.
Los otakus japoneses son personas que no son vistas con muy buenos ojos. En muchos casos, debido a la gran presión que sufren por parte de la sociedad, se ven relegados a encerrarse en sus habitaciones, sin querer comunicarse con nadie mas allá que sus coleguitas de internet y dos o tres amigos con los que salir, de vez en cuando, por Harajuku (la zona otaku por excelencia de Tokio) para conseguir las últimas novedades de sus series/videojuegos y demás. Todo ésto hace que, ya de primeras, el protagonista de la serie te resulte entrañable cuanto menos.
Vemos a un Yamada solitario y pringaillo, un otaku de pro, que dentro de la timidez propia de su mundo le planta cara a un borracho para librar de su acoso a una joven que ni siquiera conoce. Te hace sentir cierta simpatía, dentro del patetismo que él mismo lleva en torno a sí, hacia el personaje. A raíz de compartir su experiencia en el foro de "solteros amargados", muy diversa gente le aconseja sobre el asunto. Vemos todo un compendio de personas que se sienten desplazadas de los demás y de la sociedad por muy diversos motivos: desde un ex jugador de baloncesto lesionado y machacado por la crítica deportiva, hasta un señor fanático de los trenes, pasando por una mujer maltratada o un estudiante de las pruebas de acceso a la universidad.
Todos ésos personajes le van dando consejos al que conocen como Densha Otoko, el "hombre del tren" y, a la vez, ellos mismos encuentran la fortaleza o inspiración que necesitan para afrontar sus propios problemas y seguir con sus vidas. Según avanza la historia podemos ver a nuestro protagonista en varias situaciones para intentar enamorar a Aoyama, o como la conocen en el foro, Hermes (a raíz del regalo que le hace llegar a Densha, un juego de tazas de té de la prestigiosa marca Hermes). Desde una cena juntos o pasando un dia en la playa, se nos presentan una serie de aventurillas que, poco a poco, van acercando más a los protagonistas, siempre con el trasfondo cómico/emotivo de los consejos de los foreros. He de decir, que como en buena serie japonesa, la historia se mantiene en vilo hasta el final, dado que en ningún momento eres capaz de adivinar de qué manera va a concluír, lo cual es de agradecer.
Resumiendo, para todos aquellos/as que, como yo, aún no la hayan visto y les interese conocer un poco más la cultura japonesa y el mundillo de los otakus, es una serie recomendadísima. Te hace reír, llorar, emocionarte... hasta tal punto de que en algún momento nos sentimos identificados con ésa historia (¿quién no se ha enamorado alguna vez de una persona que consideramos inaccesible, y aún así intentamos que quede a nuestro alcance?). Y, lo que es mas importante, te transmite una serie de valores o enseñanzas con las que muchas personas han de enfrentarse en algún momento de sus vidas. Así que os animo a buscar Densha Otoko y echarle un vistazo, no ya tanto por el puntillo friki de la historia, sino también por la emotividad que desborda.
Y hasta aquí la entrada de hoy. Me despido hasta la próxima deseándoos que paséis un buen día. ¡Matta ne!

lunes, 4 de abril de 2011

Juerga Mundial Z


Buenos y radiantes días a todos, mis queridos lectores (al fin un poco de sol en Madrid, que ya era hora). Hoy vengo a hablaros de un tema cada vez más candente en nuestra sociedad, algo que no pasa de moda, un hilo que da tanto de sí como para crear su propio tapiz. Me refiero, lógicamente, a los zombies.

Y es que, amigos y amigas, el Sábado estuve presente en la fiesta conocida como "Marcha Zombie Madrid", donde había preparadas un montón de actividades con ésos carismáticos "muertos vivientes" como tema central. Desde un campeonato de Futbol 5 zombie con una cabeza como pelota, un taller de baile y coreografía zombie, una gimkana o concursos de vídeos y fotografías, todo era poco para ésta celebración tan peculiar que lleva la friolera de cinco años celebrándose.
Allí que fuí, y acompañado por mi padre que, en calidad de fotógrafo, no quería perderse el evento (tiene multitud de ventajas tener un padre friki, como podéis ver xD), nos reunimos con las hordas de no-muertos en la madrileña plaza de Goya, donde a las siete de la tarde comenzaba la marcha desde el árbol zombie.


Habían acudido, como podéis apreciar por las fotos, todo un elenco de personajes caracterizados de muertos vivientes, desde enfermeras o protagonistas de cuentos infantiles, hasta figuras tan características como Elvis o las Tortugas Ninja. Había todo tipo de disfraces, algunos con curradísimos maquillajes, muchos de ellos llevados a cabo por LKM (La Kasa del Maquillaje), una asociación que llevaba currando desde las diez de la mañana. Y entre tanto muerto, como no podía faltar un carismático maestro de ceremonias para dar el pistoletazo de salida, apareció el tito Torbe para arengar con sus palabras a todos esos "cerdillos muertos vivientes".

Tras un poco de cachondeo, los zombies se dirigieron en metro a la plaza de Chueca, desde donde comenzó el desfile del horror por toda la calle Fuencarral, cruzando la Gran Vía y la calle Montera hasta llegar a la plaza del Carmen. Allí prosiguió la fiesta entre mucho alcohol y risas, con la opción de entrar en el 666 para echar un tambaleante bailoteo al ritmo de la música del Exorcista, la familia Monster o el célebre Thriller de Michael Jackson, entre otras. Tal fue el bombo del acontecimiento que incluso salió por la televisión en las noticias de la Sexta.

Y es que no tenía desperdicio acompañar a los casi 2500 zombies por Madrid, viendo cómo se mezclaban con los vivos, dándoles algún que otro susto. Pero como no todo es solamente juerga y despendole, y para que se vea que incluso los zombies tienen su pequeño y pútrido corazoncito, se organizó una campaña de recogida de alimentos para el "Banco de Alimentos de Madrid" durante todo el día, llegando a recaudar en torno a los 800 kilos de comida.

En resumen, una celebración bastante curiosa que, esperamos, se repita durante muchos años, puesto que "a quien buen zombie se arrima, buen mordisco que le avía".

Hasta aquí la entrada de hoy, amigüitos. Para todos aquellos que no hayáis podido asistir, os conmino a que lo hagáis el año próximo. Yo, desde luego, allí estaré. Ya sabéis lo que dicen, si no puedes con ellos...
Un abrazo de muerte para todos ;)