domingo, 24 de abril de 2011

Torrijas y rosquillas en Fuentealbilla (1ª parte)

Buenas noches, queridos lectores. Más de una semana ha pasado desde mi última actualización del blog, y es que como muchos de vosotros sabréis, me he ido a pasar la Semana Santa a mi pueblo, Fuentealbilla. Situado en la provincia de Albacete, éste lugar ha pasado desapercibido hasta hace unos cuantos años, cuando el jugador de fútbol Andrés Iniesta proclamó a los cuatro vientos el nombre del lugar que le vio nacer. Gracias a esto, hoy en día hay gente que viene tan sólo para tratar de conocer al jugador que nos dio el gol de la victoria en la final del Mundial. A pesar de todo, cada vez que regreso a mi pueblo, compruebo cómo Fuentealbilla sigue siendo el lugar que recuerdo de tantos veranos transcurridos en él. Y para que Cervantes, dondequiera que esté, compruebe que las andanzas de caballeros manchegos no murieron con su Quijote, he aquí mis propias experiencias vividas en Semana Santa en éste lugar de buen vino, “atascaburras” y “pedos de monja”. Vamos allá.

De los motes, insignias de prestigio

Comenzó mi aventura el Lunes de madrugada, cuando a las siete y media de la mañana ya estaba en pie (o más bien arrastrándome con los ojos cerrados al cuarto de baño) para ponernos en ruta. Tras tres horas de viaje, llegamos a nuestro destino. Es sorprendente cómo algunos sitios no cambian casi nada a pesar del tiempo que lleves sin visitarlos. Así es mi pueblo, en el que por muchos años que pasen se me asemeja que sigue siendo el mismo lugar de mi niñez. Y es que con apenas unos días de nacimiento, ya estaba viajando en coche hacia aquí para pasar mi primer verano en compañía de mi familia. No es de extrañar, por tanto, que mis abuelos maternos no dejen de maravillarse una y otra vez por lo crecido que anda su nieto (como para no estarlo con un cuarto de siglo a mis espaldas, digo yo). El día fue bastante tranquilo, en el que cabe destacar un paseo de “reconocimiento” por el pueblo. Aquellos que visiten o vivan en un lugar así, me entenderán cuando digo que los pueblos y las ciudades son totalmente distintos. En Madrid andas por la calle, y a no ser que vayas con algo especialmente llamativo, la gente apenas si te presta atención. En los pueblos no. Ya puedes ir totalmente normal, que la gente se te quedará mirando.

Andando por mi pueblo, pude comprobar cómo la gente se me quedaba mirando según iba pasando frente a ellos. Los abuelos están ahí, sentados a las puertas de sus casas, inmersos en una apasionante conversación sobre el estado de las uvas, el bombo de la Antonia o la boda de Felipe, hasta que pasas por delante. En ése momento, cesa cualquier charla y te miran con los ojos entrecerrados (en la mayor parte, a causa de la miopía que conlleva la edad, lógicamente), acechándote, analizándote (a veces da la impresión de que pudieran oler tu miedo, lo juro), preguntándose quién eres. La mayoría no le da mayor importancia al asunto y, cuando sales de su campo de visión, siguen con sus vidas. Pero otros te alzan la voz y te interrogan antes de que sigas tu camino.

- ¿Y tú, zagal, de quién eres?

- Soy el nieto de Sebastián el “cebollas”. El guacho de la Paquita.

- ¿El mayor? ¡Qué hermoso que estás! ¿Qué tal están tus padres?

- Bien, señora. Allí andan.

Y sigues tu camino, dejando satisfecha a la buena mujer. Y es que los motes en los pueblos son señas de categoría. Ya puedes tener una mansión, o un montón de majuelos, que si no tienes un mote, no tienes relevancia alguna. Éstos suelen ser hereditarios, y así yo soy conocido como el “nieto del cebollas” o el “nieto del sacristán”, en lugar de poseer uno propio. ¿De dónde vienen los motes, os preguntaréis? Pues bien, paso a explicaros unos cuantos ejemplos cercanos, para que os hagáis una idea:

- Sebastián Jiménez “el cebollas”- Mi abuelo materno. Muchas veces me ha contado la historia a lo largo de mi vida. Viene, según parece, de un día en el que su abuelo y unos amigos se encontraban en el campo faenando y, llegada la hora de la comida, decidieron hacerla entre todos. Cada uno añadió lo que pudo al puchero, y de lo que puso así se le quedó el mote que iría legando de generación en generación. Como dato curioso diré que a mi abuelo, a pesar de su mote, no le gustan demasiado las cebollas.

- Manuela López “la del nene”- Mi abuela materna. Llamada así por mi tatarabuelo, “el abuelo nene”. Le decían así a raíz de que era el menor de todos los hermanos y la gente, de tanto llamarlo el nene, no sabían su verdadero nombre. Curioso que nos pase a algunos frikis así, que de tanto llamarnos “Shinjiel” o “Irvine”, no se sepa el nombre auténtico de las personas. Menos mal que el hecho de conocerme como Sir Francis no deja mucho lugar a dudas sobre mi nombre real.

- Francisco Albiar “el sacristán”- Mi abuelo paterno, que en paz descanse. Aparte del nombre, la nariz (grande y con el tabique ligeramente torcido a la izquierda, como mi padre y mi hermano) y el talento musical, recibí de él su mote. Le vino a raíz de que era el ayudante del párroco del pueblo, y le echaba una mano en la organización de la misa. Tocaba el órgano en misa y cantaba en el coro. Todo un artista el hombre, según parece un don juán con las mujeres cuando recorría los pueblos de la zona tocando el saxofón o el clarinete en las fiestas. Todo un modelo a seguir, sí señor.

- María Pérez, “Marieta la del estanco”- Mi abuela paterna, que en paz descanse. Conocida así, como supondréis, porque regentaba junto a mi abuelo el estanco del pueblo. Mi padre me cuenta cómo algunas noches, con el estanco cerrado mientras estaban cenando, la gente les llamaba por la ventana para que les vendieran tabaco para el día siguiente. Y luego me quejo yo por ésos clientes de última hora en mi tienda. Aún conservo algunas fotos en pañales, sentado en el mostrador del estanco, con un enorme bote de cristal lleno de lacasitos entre las piernas. Os podéis imaginar lo que me hinchaba a chocolate por aquél entonces.

Como veis, los motes en los pueblos son un estigma que te toca llevar de por vida mientras andes por las tierras de tus antepasados. Y, lamentablemente, no todos son muy agraciados, aunque sí bastante curiosos y con su buena historia detrás.

Cabe destacar también de mi primer día por aquí otro dato curioso que muchos de vosotros habréis compartido, y es la manía que tiene la gente, sobre todo mayor, de adjudicarte una novia. Da igual que lleves soltero varios años, que ellos te dirán frases como “¿Y la novia, donde te la has dejado?” o “¡Qué hermoso y que grande estás! ¿Para cuando le vas a dar nietos al cebollas?” (por Onour bendito, no tienes ni pareja y ya están pensando en que tengas hijos). Y es que las cosas en los pueblos son así, la gente tiene la mentalidad de otra época en la que a tu edad ya andaban casados y con un par de críos. A pesar de que los tiempos cambien, la gente mayor no suele hacerlo, y ven extraño que tú no andes tras sus mismos pasos. Siempre puedes contestar cosas como “¿La novia? Eso me gustaría a mi saber, señora”, aunque te arriesgas a que te quieran presentar a su nieta, que está bien hermosa (o retostonuda, a la elección de cada cual). Razón de más para, depende de los gustos de cada uno, seguir soltero o no.

Y hasta aquí la entrada de hoy, en la que espero que os haya resultado amena su lectura. Para acabar, una pequeña reseña con palabrejas de pueblo en éste escrito que no hayáis logrado entender. ¡¡Un saludo para todos y nos vemos en la siguiente entrada!!

Glosario de la Manchuela

Atascaburras- Plato típico de mi pueblo, consistente en puré de patata cocida, ajo, huevo y bacalao. Llamado así porque es tan espeso que “atasca” el gaznate hasta de los burros/as.





Pedos de monja- Dulce típico de por aquí, parecido a los buñuelos, hecho con agua, harina, huevo y polvos de gaseosa. Se mezcla todo y se echa en una sartén con aceite. La masa es tan espesa que quedan pelotas deformes, como si pudiéramos congelar un gas y contemplarlo de forma sólida. De ahí su nombre. Lo de que sean o no de monja, a elección de cada uno.


Guacho/a- Muchacho/a, joven.

Majuelo- Trozo de tierra con vides. Normalmente sembradas al hilo (en línea, cuadradas), al trebolillo (alternas) o emparradas (guiadas con alambres).

Faenando- Trabajando (o de faena) en el campo.

Hermosa, retostonuda- Calificativo para gente grande, con fuerza o sobrepeso. Curiosamente, como le pasara a Rubens, el tener un ligero sobrepeso en los pueblos es sinónimo de salud, de atractivo. No son pocas las veces en las que a mí mismo me han calificado así, y experimentas una mezcla de malestar y halago de lo más curiosa.

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