lunes, 11 de abril de 2011

Un sacrificio inmerecido, un corazón solitario

Buenas noches a todos, queridos lectores. Hoy, dado que he llegado bastante cansado del curro, echaré mano de una vieja creación que he desempolvado y acicalado para vosotros. Tras un par de pequeñas correcciones, juzgo que está lista para vuestro escrutinio. Se trata de la historia de uno de mis más entrañables personajes, extraído como homenaje a ésa gran película que es para mí "la Espada Mágica", de Warner. Asi que relajáos y disfrutad de un ratillo de lectura, descubriendo el pasado de Garret, un joven que tiene una historia que contaros...

Un sacrificio inmerecido, un corazón solitario

"Aún recuerdo como empezó todo, cómo los tristes retazos de mi pasado intentan ligarse unos a otros, para conformar un tapiz coherente de momentos vividos y sentimientos malogrados. Una tierna excusa, el decir que mi deficiencia física fue causada por un accidente, nada mas lejos de la verdad, puesto que si hoy estoy privado de muchos dones, inalcanzables para mí, fue por un sacrificio que hice por amor...

Yo era un muchacho imberbe cuando llegué por primera vez al reino de Camelot. Mi zurrón cargaba con mis ilusiones de comenzar una nueva vida lejos de la pobreza que había experimentado en mi aldea natal, Horodrum. Cuando mi madre, que en paz descanse, murió de una extraña afección pulmonar, me hizo jurar que saldría de allí. Según ella, yo no estaba hecho para desposarme con la hija de un molinero o pescador y vivir como tal en la villa (pues a nada más podría aspirar debido a mi humilde posición de granjero), sino que el mundo me deparaba grandes cosas si tenía el valor de dar el primer paso en mi viaje. La tierra sobre la tumba de mi madre aún no estaba seca cuando, conteniendo las lágrimas por su pérdida, metí mis escasas pertenencias y el dinero que había conseguido reunir por la venta de mi pequeña granja, y partí rumbo a la aventura.

Allí me encontraba tras mi largo periplo, en Camelot, según algunos el reino más legendario que jamás ha existido. El olor de la mañana traía aventuras que ningún otro lugar me podría deparar, y vaya si no estaba equivocado. Nada más llegar e instalarme en una cómoda posada, de camas casi libres de pulgas, me dispuse a dar una vuelta por el reino, cuando la vi pasar. Si los cuentos de hadas hubieran sido reales, tenía ante mí a una de las tan afamadas princesas por las que un caballero lucharía contra un dragón.

Era una joven de mediana estatura y grácil figura, de cabellos negros como ala de cuervo y ojos azules como el cielo en verano. Su piel, del color de la canela, destilaba olor a lilas y madreselva, y su rico vestido de encaje azul indicaba que no era una chica de baja posición social. Todo esto deduje por su forma de caminar, hablar y sonreír con sus conocidos, lo cual me corroboraron los dos sirvientes que diligentemente la seguían cargando con sus compras.

Si no era, en efecto, una princesa, poco le faltaba para llegar a tal posición.

En cualquier caso, no era una dama que se fijaría en un pobre extranjero de ropas humildes y llenas de remiendos, conservando aún el polvo del camino. Pero cual no sería mi sorpresa cuando, tras comprar en un puesto de fruta, aquella dulce ensoñación se giró y, mirándome un segundo entre la multitud, me mostró sus perlados dientes en una preciosa sonrisa. Sentí cómo mi corazón latía desaforadamente, queriéndose quizás salir del pecho, al ver cómo se acercaba hacia mí, extendía su mano y me daba una moneda de cobre, en actitud benevolente.

Sin cruzar una palabra conmigo, se dio la vuelta dejando su delicado aroma en el aire, y continuó su camino.

Con entereza, me quedé mirando la moneda en la palma de mi mano, desilusionado por los sueños que mi mente había comenzado a forjar al verla sonreírme, cuando lo único que habría pensado es que yo era un pobre mendigo paleto queriendo una limosna. Finalmente, levanté la cabeza a tiempo de verla introducirse en un carruaje y dirigirse por la calle principal hacia el castillo de Camelot: evidentemente, una dama de alta alcurnia, lejos de cualquiera de mis posibilidades.

Con ésta triste idea en la cabeza, y tras guardar la moneda que ella me había obsequiado como si de un tesoro se tratase, fui a buscar algún lugar donde comer.

Lentamente cayó la noche, y la luna me halló paseando por las calles semidesiertas, con mis pensamientos centrados en mi princesa, como la había optado por llamar a fuerza de carecer de un nombre mejor. Sabía que era una vana ilusión, un deseo que jamás se satisfaría, pero no podía evitar haber probado la miel de la ilusión y el enamoramiento, y tener ganas de paladear más de aquélla dulce ambrosía.

De repente, capté unos gritos femeninos y un forcejeo en un callejón cercano, y sin pensármelo dos veces me dirigí hacia allí para ver lo que ocurría. Frente a mí, un par de rudos tipos aferraban a una joven embozada en una capa.

- Ven aquí, preciosa, no te resistas y no te haremos más daño del necesario- dijo uno de ellos aferrándola por las muñecas mientras la estampaba contra el lateral del callejón, inmovilizándola. La capucha se deslizó hacia atrás con el golpe, revelando ante mí lo que no creía posible: era mi princesa, y estaba en apuros.

El otro hombre, riendo toscamente, se acercó a ella y lamió obscenamente, con una repelente lascivia, su cuello descubierto.

- Dejadme, por favor- pedía ella con sus azules ojos inundados de lágrimas por la impotencia de no poder deshacerse de ellos.

Yo jamás me he considerado una persona valiente o amante de las peleas. Mi cuerpo se había forjado en las faenas del campo, no en el campo de batalla. Pero al ver aquél grotesco espectáculo, y las lágrimas que caían por las mejillas de la joven, sentí cómo dentro de mí bullía algo que jamás había experimentado: la furia.

Aferré mi cachaba de madera, que tanto apoyo me había prestado en mi viaje, y blandiéndola por encima de la cabeza, me lancé a defender a mi damisela en apuros. Los dos tipos, lejos de dejarse intimidar por un chiquillo como yo, rieron, apartándose uno de ellos de la joven para recibirme, mientras el otro la seguía sujetando y besando su cuello, divertido. Lancé el extremo de la cachaba hacia la cabeza de mi contrincante, pero éste la aferró en el último momento y detuvo mi acometida, pegando un fuerte tirón para intentar arrancarme el arma de las manos. En aquél momento agradecí los años de duro trabajo labrando, los cuales habían otorgado una buena resistencia y fuerza a mis brazos, así que aguanté el tirón con firmeza, derrapando suavemente sobre la grava del suelo.

- ¡Soltadla, bastardos hijos de troll!- exclamé, creyente de que en la pelea el emitir gritos e insultos así lograban intimidar al contrario, como muchas veces había escuchado narrar en los cantares de gesta.

- Mira a éste hideputa, Peter. Cago en la puta- sonrió el individuo, aferrando el otro extremo de mi improvisada arma- "Paice" que al gatico le han salío los dientes antes de tiempo. Habrá que reventárselos de un sopapo.

- ¡Duro con el, Gaunt!- animó su compañero robándole un tosco beso a mi princesa, mancillando con su sucia boca algo tan puro como eran sus labios.

El ver aquello me enardeció aún más, sobre todo cuando aquél canalla desgarró con sus manos el atuendo de mi dama, desnudándola de cintura para arriba. La joven gritó de miedo intentando en vano cubrirse con los brazos, pero el hombre la golpeó con el dorso de la mano tirándola al suelo para echarse sobre ella, aullando victorioso mientras forcejeaba con el cierre de su pantalón.

- ¡Mal… malditos!- exclamé tirando hacia atrás de mi cachaba, intentando liberarla del agarre de aquél bandido, el cual rió de nuevo aguantando mi fuerza. Sin otra baza a la que recurrir, me lancé de cabeza contra él, golpeándole en el estómago con el cráneo, notando como le vaciaba los pulmones de aire y soltaba mi cayado al fin.

Sin perder un segundo, volteé el palo y golpeé en la nuca del hombre, derribándolo al suelo para correr junto a mi princesa y asestar una patada en las costillas del otro canalla, quitándoselo de encima.

- ¡Rápido, huye, vete de aquí y busca a un guardia! ¡Aprisa!- le dije enfrentándome a los dos hombres, que se levantaban de nuevo aún más furiosos.

La chica se levantó temblando de miedo y salió corriendo de allí, dejándome sólo para detener a aquellos dos violadores.

- Ahora si que la has hecho buena, puto criajo- dijo Gaunt, levantando un hacha que pendía de su cinturón.

Alcé mi cachaba para protegerme y el bandido la cortó en dos con suma facilidad, lanzándome hacia atrás del impulso. Los dos hombres se abalanzaron sobre mí y me propinaron toda una suerte de golpes que a duras penas logré contener, notando como me rompían varias costillas y hacían sangrar mis labios y nariz. Entre toscas risas, uno de ellos me sujetó contra el suelo mientras el otro extraía una botellita de su cinturón.

- Maldito mocoso cabrón. Por tu culpa nos hemos perdido una buena putita a la que jodernos- dijo abriendo la botella, mientras su compañero me sujetaba la cara contra el suelo y me obligaba a abrir los ojos con sus sucios dedos- Míranos bien, hideputa, que va a ser lo último que veas. Esto es veneno de sapo moteado, veamos que tal funciona sobre tus ojos.

Comencé a patalear, gritando, mientras intentaba liberarme de su presa en vano. El hombre me miró riendo y vertió media botellita en cada uno de mis ojos. El dolor que experimenté fue indescriptible, notaba como me ardían los ojos y una película sanguinolenta me los cubría, cegándome segundo a segundo en una gran agonía. Finalmente, mareado por el inmenso dolor, perdí el conocimiento con las crueles carcajadas de aquellos dos hombres en mi mente.

Cuando desperté, mi mundo se había apagado. Por más que parpadeé, no veía absolutamente nada, tan sólo oscuridad. Según me informó alguien, me encontraba en una de las casas de curación de Camelot, adónde me había llevado el guardia que me encontró. Mis heridas eran graves, pero sanaban correctamente. Lamentablemente, mi ceguera era incurable.

- ¿Qué ha sido de ella? La dama a la que estaban atacando- pregunté a mi interlocutor.

- Está bien. Pocos han demostrado tanto valor como tú- informó el hombre- Dejó recado de que quería verte, ¿quieres que la haga entrar, muchacho?

- Cla… claro…- tartamudeé dividido entre el dolor de haber perdido la visión y la alegría de que ella estuviera aguardando para visitarme.

Oí cómo aquél hombre salía, y al cabo de un rato entraba alguien a quién reconocí por su aroma a lilas y madreselva.

- ¿Qué tal estás?- preguntó ella, acercándose- Quería darte las gracias por salvarme.

- Bien, yo… estoy bien, prin… quiero decir, mi señora. ¿Y vos?

- Bien, bien… lo único que no entiendo es porqué te has arriesgado así por mí, cuando ni siquiera nos conocemos.

Vaya, al parecer ella no se acordaba de la limosna que me había dado. Por primera vez en mi vida, tomé aire y me infundí ánimos para confesarle lo que sentía desde que la había contemplado por primera vez.

- Desde que os vi, sentí que mi corazón latía mas deprisa de lo normal, y no he dejado de pensar en vos. No podía permitir que os hicieran aquellas cosas tan horribles, milady. Veréis, lo cierto es que esto me cuesta mucho de admitir pero… estoy enamorado de vos…

Cuando, con el tiempo transcurrido, pienso en la magnitud de aquellas palabras, me doy cuenta de que por aquél entonces seguía siendo un muchacho ignorante que no sabía de los sentimientos que acababa de confesar tan a la ligera. La emoción de la juventud, la impulsividad, había dado unas alas demasiado rápidas a mis palabras.

Aguardé unos instantes, sabedor de que mi rostro habría adquirido el color de la grana, hasta que finalmente vino la respuesta de ella. Una respuesta que para nada esperaba oír: comenzó a reírse. Pero no una risa dulce, como la que imaginaba tendría alguien como ella, sino una risa despectiva, incrédula, como si le hubiera contado algún chiste o historia divertida y se burlara de ella.

- ¿Tu… me amas a mí? Que divertido ¿cómo has pensado siquiera en que alguien de alta alcurnia como yo podría fijarse jamás en un pobre campesino como tú? Es lo más divertido que he escuchado en días- dijo riéndose aún más fuerte.

- Pe… pero yo pensé que…- tartamudeé, notando como mi corazón se quebraba en pedazos y las lágrimas se deslizaban silenciosas por mis mejillas, desde mis ojos ciegos. Ciego por defender a alguien que no era en absoluto como yo había creído.

- Y encima sólo eres un criajo llorón, no me hagas reír más, por favor. Me pueden salir arrugas que arruinarían mi belleza- dijo riendo sin parar, con crueldad, mientras depositaba unas cuantas monedas sobre una mesita- Esto es para agradecerte tu ayuda, pero no esperes más de mí. Como futura duquesa, me corresponde el derecho a tener un esposo de alta alcurnia, y no un pobre campesino como tú. Hasta luego, te deseo lo mejor en tu recuperación.

Alborotándome el pelo, como si fuera un niño, se levantó y salió de allí entre risas. No podía creer lo que había pasado. ¿Cómo una persona que parecía una princesa de cuento de hadas podía ser tan horrible? Y pensar que yo había sacrificado mi vista por alguien así. Las lágrimas me ardían en el rostro, de frustración y furia, de pena por notar cómo mis sueños de amor habían muerto con aquella risa cruel y altiva.

Después de aquello, tuve que aprender a vivir sin mi visión, y aquellos años me costaron mucho esfuerzo y vivencias que no pretendo relatar hoy. Quizás con el tiempo, lo acabe haciendo. Como la historia de cuando conocí a Ayden, mi halcón. O la amistad que trabé con cierto paladín de la orden de Onour. Lo único que me resta decir es que, con aquella primera experiencia en Camelot, aprendí demasiado bien cuál era mi lugar y que, lamentablemente, los cuentos de hadas no existen."

Garret Pathson, primer ayudante del Cronista de la Balanza


Y hasta aquí mi entrada de hoy, deseando que os haya resultado amena su lectura, como siempre. Mañana más y mejor, porque la experiencia es un grado, y el afán de superación es algo que todos llevamos en la sangre. Un saludo y que paséis una buena noche, gente ^^

2 comentarios:

  1. Wow! tan genial como siempre cielo!! me ha encantado =D ¡¡Sigue así!! Un besoteeee muaks

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